Una luz en los picaderos

México, D. F., (SECOSICE) .- Diez años atrás, Jadson Ferreira de Oliveira y Guadalupe Muñoz, un matrimonio cristiano, decidieron hacer algo por las personas que viven con el VIH y el SIDA en los “picaderos” de Ciudad Juárez, en la frontera mexicana con los Estados Unidos. Y lo que hicieron les costó la marginación de la iglesia, pero no conmovió su fe.

“Picaderos” son llamados los lugares donde se inyectan (“pican”, en la jerga del ambiente) usuarios de drogas intravenosas. Son zonas marginales donde el uso de jeringas y la prostitución exponen a un alto riesgo de contraer el VIH, entre otras cosas. Es allí donde Ferreira y Muñoz reparten condones y agujas hipodérmicas esterilizadas. También realizan tests rápidos para la detección del virus de VIH.

Ferreira y Muñoz son un matrimonio cristiano y creen en la relevancia del mensaje del evangelio. “Jesús dijo: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor’”, dice Ferreira, quien participa junto con su esposa en la Conferencia Internacional SIDA 2008, en la Ciudad de México.

“La misericordia, la gracia de Dios, es el favor no conquistado, no obtenido por un precio, es la acción movida por la compasión. Es el motor que mueve a incluir al excluido, a servir al necesitado y a amar al que no nos conoce” explica Ferreira.

Armados de estos dos principios, amor y misericordia, Ferreira y Muñoz crearon en 1998 una clínica para atender a personas con enfermedades asociadas al SIDA, a quienes rescataban de los picaderos. “Llegaban en estado terminal, con sarcoma de Kaposi, un tumor entonces frecuente en pacientes con SIDA, hoy casi erradicado”, recuerda Muñoz.

La clínica, ubicada cerca de uno de los picaderos más grandes de la ciudad, cuenta hoy con doce camas. Las cuatro enfermeras son transexuales que supieron frecuentar los picaderos.

Las cosas no fueron fáciles para Ferreira, Muñoz y los voluntarios que trabajan en la clínica. No sólo es la suya una labor difícil, sino que las iglesias locales -relatan- siempre les han dado espalda.

“¿Atender a homosexuales y travestis, repartir jeringas a los usuarios de drogas inyectables, decirles que Jesús los ama? El precio es muy alto”, lamenta Ferreira.

Sin embargo, agrega, “en la comunidad cristiana no debe haber espacio para el rechazo, la discriminación, el estigma, el abandono, el juicio y los prejuicios, ni ninguna de esas cosas que dañan, hieren y desgraciadamente caracterizan a nuestra sociedad”.

“La misericordia, la gracia de Dios”, insiste Ferreira, “es el motor que mueve a incluir al excluido, a servir al necesitado y a amar al que no nos conoce”.